DEL TELÉFONO MOVIL Y OTRAS MANERAS DE PROCRASTINAR Y APARENTAR...
Junto al teclado sobre el escritorio de mi oficina, encima de la
cama o el comedor, en un bolsillo secreto de mi morral, entre mi pelvis y la
pretina del pantalón y hasta encima del tanque del sanitario mientras espero
una llamada de Canadá. Son esos los lugares frecuentes en los que ha
estado ese pequeño aparato al cual
llegarían a acumularse más de 100 mensajes de 10 chats diferentes si llegara a
quedarse en casa un día durante toda mi
jornada laboral. Se trata de mi teléfono móvil que unos tres días a la semana
me deja inmóvil en la cama cuando llego en la noche a mi casa y me tumbo un
instante a descansar antes de comenzar a preparar algo de comer para disponerme
a realizar mis tareas de la universidad. Ese “pequeño instante” dura a veces,
sin darme cuenta, casi una hora.
No soy adicta a renovar este tipo de tecnologías, tan poco, que
entendí que para que este modelito un tanto obsoleto funcione a una velocidad
normal, debe tener instaladas no más de 5 aplicaciones. Así que dejé las más
útiles a mi parecer: Whatsapp para estar en constante comunicación con quien
necesite, la aplicación del banco para realizar transacciones de manera más
ágil y dos redes sociales para publicar una que otra cosa laboral que puede ser
del interés de mis conocidos. Una de ellas, Instagram, ha sido mi perdición, mi
pasaje directo a la procrastinación, y no precisamente porque me la pase todo
el tiempo publicando cosas, sino porque ese “pequeño instante” del que hablaba
se consume allí viendo cientos de imágenes y estados de los tatuajes que
todavía no me puedo hacer, los lugares a los que no he viajado o los que ya he
visitado pero quisiera volver, el cuerpo que no tengo por no hacer ejercicio y
otras cosas que incluso a veces me hacen querer tapar mi verdadera apariencia.
He sabido que en la mayoría de los casos, por fuera de la pantalla
las realidades son otras, y a mi particularmente conforme pasan los años, voy aprendiendo a aceptar la mia, en cuanto a aspecto físico se trata. Pues detrás de cada foto que veo en aquella red social, hay infinidad de historias. Es por eso que para este
post agrego una fotografía que me tomó Sofía, una niña de no más de 13 años a
la cual le presté mi cámara y se ofreció a retratarme. No soy muy
fotogénica, sin embargo accedí. Me hizo tres tomas y a mis ojos, no supe en
cuál de todas quedé peor. Para Sofía fueron las mejores fotos que tomó en su
vida, quedé como toda una modelo y no le importó que se notara aquella parte de
mi cara que quienes son cercanos a mí, saben que odio y por eso no me atreví antes a
publicarla. Entonces para romper un poco con aquello de las apariencias detrás
de la pantalla del teléfono móvil, muestro qué fue lo que quedó. Y tu, publicarías
una foto que no te gustó?


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