RUMBO A LA ECDISIS
Bajo un techo de paja, una tarde fresca de abril, cerca al arroyo Pechelín, donde jugaba en mi niñez, me contaron una breve historia:
Cuando colonizaron estas tierras, “el último robo que le hicieron a la cultura Zenú, fue una serpiente de oro que estaba en el mar”.
Y así como borraron de las aguas furiosas del inmenso océano el rastro de la serpiente, borraron de la tierra su lengua, sus ropas y su danza.
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Entonces así es como la serpiente se convierte en símbolo de la lucha por sobrevivir.
Puedo imaginar su figura ondulante recorriendo los campos de tecas, siempre con la alerta de no ser pisoteada, porque suficiente tiene con tener que arrastrarse.
A medida que avanza se va camuflando entre la hojarasca, para luego dejar atrás sus pedazos de piel que combinan con los esqueletos de las hojas que pisa.
Aquel acto de despojo no la inquieta, no le preocupa, porque es sólo una fase más, un ciclo que inicia. Y es que así es la naturaleza, nos enseña el desapego para seguir en constante evolución ¿o acaso el guayacán se opone a perder sus flores coloridas?
Pero la naturaleza también es ingenua, se abre al cambio sin esperar lo que pueda pasar, aunque esto le implique alterar su morfología o su tiempo vital.
Y allí estoy yo, tambaleante, recordando las aguas dulces que me acercaron a la serpiente, esperando por mi propia ecdisis que se va develando mientras mojan mis pies las olas del mar.
Todas las fotos tomadas por Lady Mejía
2021





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